Una pandemia global y un movimiento contemporáneo de derechos civiles ambos han hecho indiscutible que la experiencia divertida que Austin tanto promociona no es la experiencia de todos. No solo vamos de mal en peor; hemos andado por este camino por tanto tiempo que estamos apunto de quedar como Thelma y Louise.
Puede que seamos raros, musicales, o una isla azul entre un mar rojo… pero entre más nos fijamos, más vemos que Austin continuamente queda sin lograr sus ideales progresistas. Somos una de las áreas metropolitanas más económicamente segregadas del país, y nuestras escuelas son las más segregadas del estado. Mientras crecemos, nuestra comunidad Afro-Americana se reduce. Mientras celebramos nuestra respuesta supuestamente exitosa al COVID-19, la comunidad Latinx sufre un impacto desproporcionado de infección y mortalidad. Austin presume sus buenas vibras y economía en alza, pero también ha sido clasificada como la peor ciudad para trabajadores de salario mínimo.
Orgullosamente austinite de toda la vida, se me dificulta aceptar tales cuestiones. Yo crecí en esta ciudad con una juventud genial. Recuerdo que mi papá me llevó a mi primer concierto de rock en el sitio La Zona Rosa. También recuerdo haber pasado los veranos jugando mini-golf en Peter Pan o relajándome en el lago Lady Bird. Yo soñaba con tener una vida confortable de media clase como la de mis padres. Pero a través de dos décadas he aprendido que muchos austinites enfrentan dificultades simplemente para ganarse la vida, para tener acceso a los servicios esenciales, o para llamar la atención de su representante.
Al final, me di cuenta que yo misma fui afectada. El complejo americano de ser martirio nos dice que lo correcto sería soportar silenciosamente la adversidad y conformarse con circunstancias difíciles. Yo tardé años en descubrir que las cosas pueden cambiar. Existen ciudades que han solucionado muchos de sus problemas sociales, y nosotros también podemos.
Al imaginar la posibilidad de una vida mejor, comencé a sentirme frustrada. Dia a dia sigo quedando alejada de mi ciudad natal sin darme cuenta. De primero solo me enfocaba en acomodarme como maestra y ahora profesional en la industria tecnológica, para rentar en una ciudad que está fuera de mi alcance para tener casa propia. Yo suponía que incrementos de renta y mudarse frecuentemente eran lo normal. Me resigne a nunca jamás vivir en el centro de Austin. Nunca consideré un mundo sin un viaje largo al trabajo. Nunca se me ocurrió que fuera posible vivir en una comunidad donde me escuche mi representante municipal.
Lo que más me enfurece es que en Austin hemos tenido años para resolver sus problemas sociales. El año 2020 sin duda ha revelado y empeorado muchos de los hechos que han persistido mientras las industrias pequeñas y nuestros residentes enfrentan un futuro inseguro. Si miramos hacia atrás varias décadas, vemos claramente que las generaciones del pasado han dejado estos problemas para las generaciones del futuro. Pues el futuro ha llegado tumbando la puerta.
“En el medio del caos también hay oportunidades.” (Sun-Tzu) En tiempos de indignación y confusión, temor y frustración, también hay esperanza y oportunidad. A pesar del caos, el tiempo que hemos pasado en casa nos ha dado a muchos la oportunidad para reflexionar sobre nuestra ciudad, la nación, nuestros valores de una manera única. Mientras la contención crece aquí y en todo el país, nuestros derechos como residentes estadounidenses y seres humanos parecen ser un debate — con desacuerdo de ambos lados políticos.
¿Cómo llegamos aquí? Después de mucha reflexión personal, he llegado a las siguientes conclusiones.
Primero, recibimos lo que pensamos merecer.
No deberíamos soportar la adversidad y conformarnos con circunstancias difíciles. Hemos perdido la vista de nuestros derechos como seres humanos, y como residentes. Nos han contado mierda con decir que nuestros líderes luchan por nosotros — no, pueden luchar más. Nos han contado que necesidades básicas no son alcanzables — sí lo son. No poder pagar la renta, no tener acceso al seguro médico, tener que viajar al trabajo más de 50 millas diarias — nada de esto es normal. No soportemos esto ni un dia mas. Digan conmigo: esto no es normal, y no deberíamos soportarlo.
Segundo, el derecho a una vida digna no es cuestión política.
Más bien es una verdad objetiva que debe servir como la base de cada política y ley que creamos. Como hicieron los padres fundadores por nuestro país, ¿cuáles derechos serán evidentes para todos nosotros que vivimos en esta ciudad? No sólo para nosotros, sino para nuestros vecinos — no sólo por el presente, sino para las generaciones próximas. Hemos sentado las bases para medir nuestra futura legislación. Tenemos que documentar nuestro compromiso a estos derechos por medio de escribir nuestra propia declaración de derechos humanos. Con ese fin, les presento mi presupuesto de una